martes, 12 de abril de 2016

Tweet largo: por qué los españoles somos tan poco meritocráticos

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Fuente: Encuesta de valores BBVA

De la meritocracia me he ocupado en algunas otras entradas mías y de otros. EL PAIS ha publicado un resumen de un trabajo de unos investigadores españoles que relacionan la experiencia de estar parado y los sentimientos o preferencias meritocráticos. Cuando una persona ha sufrido la experiencia del paro se vuelve menos meritocrático en el reparto de las ganancias de la cooperación y tiende a repartir igualitariamente los beneficios de un juego cooperativo (la ganancia que resulta de las economías de escala o de producción conjunta que se obtienen cuando en lugar de trabajar por separado lo hacemos en equipo). Los niños que juegan con otros niños – o sea, los niños – reparten igualitariamente hasta que captan que hay unos que contribuyen más que otros al éxito del juego (o hasta que perciben que unos tienen más talento o son más generosos y nos gustaría volver a jugar con ellos en lugar de hacerlo con otros) y cuando captan que los individuos contribuyen en cantidad y calidad diferente a la ganancia común, reparten meritocráticamente: a cada uno en función de lo que haya aportado al bien común (aquí para niños asiáticos).

Pues bien, que los españoles seamos tan poco meritocráticos (aunque no en los deportes) en comparación con otras sociedades europeas puede estar relacionado con nuestra menor capacidad para cooperar.

¿Por qué somos menos cooperadores?


Unos dicen que es porque tenemos menos confianza “generalizada” en los demás. Yo creo que es porque somos más heterogéneos genéticamente que esas otras sociedades, aunque ambas cosas están, a su vez, relacionadas entre sí. Pero lo que importa ahora es explicar por qué cooperamos peor que otros grupos humanos porque es evidente que los grupos que funcionan meritocráticamente – el mercado es razonablemente meritocrático – son más ricos y disfrutan de mayor bienestar. Y la explicación puede encontrarse en cómo solucionamos los problemas de la cooperación. Cuando de cooperar se trata, el grupo ha de resolver dos problemas:

El primero es el de coordinar la conducta de los distintos miembros del grupo para realizar la actividad común asegurándose de que todos cumplirán con lo que les toca. Es el problema de seleccionar a los miembros del grupo y castigar a los gorrones. A veces, la mejor forma de hacerlo es, simplemente, expulsar del grupo al gorrón. A veces es necesario matar al gorrón aunque, en general, basta con un castigo menos brutal.

El segundo es el de repartir las ganancias de la cooperación entre los miembros del grupo. Y aquí es donde, creo, los españoles somos muy “malos” jugando juegos cooperativos.

Por un lado, por esa heterogeneidad a la que me refería antes. Que un primo tuyo se lleve más de lo que le toca te importa poco si compartes genes con él. No digamos un hermano o un hijo. Pero que un extraño se lleve más de lo que le toca – a costa de que tú te lleves menos – no es algo que se acepte alegremente. Cuanto menos relacionados genéticamente estemos con nuestros conciudadanos, más difícil nos resultará ser generosos en el reparto de la ganancia. Recuérdese que mientras el juego de cooperar es un juego de suma positiva, el juego de repartirse las ganancias de la cooperación entre los miembros del grupo es un juego suma cero: lo que se lleve uno, no se lo lleva otro.

Por otro lado y, quizá, más significativo, la estructura económica de España reduce las ganancias sociales de la utilización de criterios meritocráticos. España ha sido tradicionalmente un país de mucho paro y de mucho trabajo poco cualificado. Estas dos características reducen la capacidad de convicción del argumento meritocrático. Si hay mucho paro, encontrarse en paro o tener trabajo no se percibe como una situación de la que uno sea responsable. Es cuestión de suerte y de contactos. Y si es cuestión de suerte ¿por qué el que tiene trabajo ha de llevarse el producto de su trabajo y no repartirlo con el que no ha tenido tanta suerte si ambos pertenecemos al grupo? Es la mentalidad del grupo de cazadores-recolectores:
“Si hoy has cazado tú y yo no lo he hecho, el producto de tu esfuerzo, talento, habilidad y suerte ha de repartirse igualitariamente conmigo. Porque mañana puede ocurrir lo contrario y no hay pruebas de que el resultado – la pieza cazada – no sea producto de la suerte. Es más, en mi experiencia, es producto de la suerte porque cazar no es tan difícil o porque – dice la mujer – yo me he quedado en el campamento cuidando de los niños y recolectando frutos para que podamos comer si volvéis con las manos vacías”
En segundo lugar, si el trabajo cualificado no abunda (incluyamos la creación de una empresa que sea algo más que autoempleo), de nuevo, los sentimientos meritocráticos perderán fuerza. El esfuerzo y el talento no se ven recompensados mas que para los que tienen suerte, que son unos pocos de entre los que tienen talento y se esfuerzan. La mayoría no encuentra mas que un trabajo que requiere escasa cualificación. De nuevo, la mayoría desarrollará sentimientos antimeritocráticos en el reparto de la ganancia de la cooperación y exigirán que los que se han esforzado, tienen talento y han tenido suerte de encontrar puestos cualificados y bien pagados repartan lo conseguido con su esfuerzo, talento y suerte con los demás. Distinguir entre los “demás” y repartir sólo con los que han tenido mala suerte a pesar de su esfuerzo y talento es demasiado pedir.

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1 comentario:

Pero Kepazza dijo...

Sí, en España solemos pensar que el que tiene algo es porque se lo quito a otro, y al revés, que nosotros nos hemos currado todo lo que tenemos. O sea, que si estamos bien, es porque nos lo merecemos. Esto último es humano, nos autoconvencemos si hace falta.

Una cosa que me ha recordado el artículo, y que está muy relacionado con lo que has escrito, es otra paradoja española (o de países con mucho paro: Grecia, que conozco, es igual o peor, y no hablemos ya de los países de África o del Oriente medio), que llevo ya largos años comprobando: cuanta más gente en paro, más fácil es que haya incompetentes totales en puestos de trabajo no cualificados, con lo que esto implica para la productividad. Lo lógico es pensar que al haber mucha gente en paro sería fácil y barato elegir y contratar un trabajador competente y experimentado para un puesto no cualificado (reponedor, mozo de almacén, seguridad, etc.). Es lo lógico, podría uno pensar. Pues es exactamente al revés. Le he dado bastante vueltas y aunque sigo sin tenerlas todas conmigo creo que es porque 1) al haber tanto solicitante es más difícil encontrar uno competente (recuerdo una empresa en la que trabajé en España en la que abríamos una carpeta con 100s de solicitudes en papel y empezábamos por la A a llamar a gente; si tu apellido empezaba por la C, good luck with that. Nadie se molestaba en mirar ni experiencia ni nada, porque para qué si se tarda mucho y todo el mundo miente y además, si estaban en la carpeta es porque tenían hasta 2º de BUP, y punto) y 2) porque al ser así las cosas, uno que venga recomendado por un conocido o por alguien al que se le deba un favor ahorra tiempo y quebraderos de cabeza (y te ahorras el "¿pero quién ha elegido a este?"). En otra empresa (primera empresa nacional de seguridad, por otra parte), teníamos un instalador de alarmas (cuyo único trabajo era subirse a tejados y pasar cables)... con vértigo. Ese año me cansé de subirme a tejados. Y podría citar mil ejemplos más.

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