viernes, 25 de agosto de 2017

Mercados y organizaciones: la deformación económica

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En lugar de atacar en abstracto la asunción de la racionalidad humana, una estrategia más prometedora es la identificar los entornos en los que tal presunción “funciona bien”. Es decir, los entornos (por ejemplo, los intercambios en un mercado de bienes de consumo) en los que el comportamiento de los participantes tiende a la racionalidad. Es fácil explicar, en este sentido, que cuando ambas partes obtienen una ganancia de la interacción y pueden aprender de sus errores, podemos vaticinar que acabarán adoptando una conducta maximizadora, esto es, racional. En muchas entradas hemos explicado que las interacciones humanas se organizan, frecuentemente, en forma de intercambios bilaterales pero que también lo hacen – y en mucha mayor medida al menos en términos históricos – en forma de “producción en común”, esto es, en el seno de grupos.

Pues bien, un ámbito en el que podemos estar razonablemente seguros donde la asunción de la racionalidad de los individuos no funciona bien es en el análisis de las entidades supraindividuales, los colectivos (Inditex, la Iglesia Católica, o el Real Madrid). Cuando se trata de explicar las conductas de entidades supraindividuales, la idea de “transacción” o “intercambio” y la asunción de racionalidad de los que participan en una transacción o intercambio producen resultados muy insatisfactorios. Las interacciones sociales no pueden reducirse a intercambios, aunque esta interpretación “ha sido una de las características centrales de la aproximación individualista elaborada por los moralistas escoceses” de la Ilustración: “en contra de Hobbes, y su noción de la guerra de todos contra todos”, los ilustrados escoceses propusieron “que los procesos de intercambios mutuamente beneficiosos transforman las acciones de individuos egoístas en una base sólida para la cohesión social”.



Las interacciones humanas no se reducen a los intercambios

¿Pero lo hace igualmente para explicar la conducta de los grupos, en particular, de los individuos que forman esos grupos y se relacionan entre sí en el seno de esos grupos?

Si las relaciones entre los individuos se conciben como “intercambios” o “interacciones” repetidas entre individuos, el marco analítico individualistas puede extenderse a los grupos. La famosa teoría contractual de la empresa (theory of the firm) está basada en esta extensión. De interacciones repetidas entre individuos emerge la confianza que asegura el cumplimiento de las obligaciones asumidas por cada miembro del grupo. Y también surgen normas sociales (que ordenan las relaciones entre todos los miembros del grupo sin requerir la existencia de intercambios individuales entre dos miembros) que rigen la relación entre los miembros del grupo como si hubieran sido resultado de los “contratos bilaterales” entre los distintos miembros del grupo. En todo caso, la idea del intercambio bilateral se pretende igualmente central para el análisis de las dinámicas que se producen en grupos incluso de gran tamaño. Así se pretende explicar, por ejemplo, cómo es posible que los habitantes de la ribera de un lago logren explotar la pesca en el mismo maximizando el bienestar individual que exige controlar la sobreexplotación aunque resulta contraintuitivo pensar que el conjunto de reglas de conducta – y su cumplimiento – que todos siguen sea producto de miles o decenas de miles de pactos bilaterales entre los miembros de la población ribereña. Los grupos se conciben, pues, en términos de “redes” con nexos – como la persona jurídica que funge como empresario en el caso de la empresa – o sin nexos – como internet.

Dice Vanberg que el análisis individualista – en el que la unidad de análisis es la transacción o intercambio bilateral – no tiene suficientemente en cuenta algunas características de la acción colectiva (de las interacciones que tienen lugar en el seno de un grupo)

1. En un grupo, hay decisiones colectivas y la pregunta es ¿cómo se toman tales decisiones? (p. ej., en el caso del lago, en qué horas o fechas tienen los pescadores derecho a salir a faenar). Y tales decisiones no se toman mediante acuerdos bilaterales ni son necesariamente el “destilado” de muchos acuerdos bilaterales (las normas supletorias del Código civil sobre el contrato de compraventa sí que son resultado de la “destilación” por el codificador de las reglas que los individuos han adoptado para regir sus intercambios bilaterales).

2. En un grupo, los individuos no perciben el rendimiento – el coste y el beneficio - de la decisión colectiva directa e inmediatamente. Tales rendimientos son el resultado del “esfuerzo combinado de muchos actores” y, lo que es peor, tales rendimientos sólo se reciben por el individuo si, no solo se logra producir en común sino, además, se logra distribuir equitativamente lo producido en común entre los individuos. La distribución de lo producido en común puede ser directa (cada cazador se lleva una parte de la carne de la pieza) o indirecta (lo cazado se vende en un mercado y se reparte el precio obtenido entre los miembros de la partida de caza). Pero, en el caso de los intercambios, el precio de mercado genera automáticamente la distribución equitativa entre las partes del intercambio. En el caso de las organizaciones, asegurar la distribución equitativa es mucho más costoso. Por eso, una vez más, la sociedad anónima es un gran invento: la distribución de dividendos en proporción a la aportación de capital resuelve el problema de la distribución del “residuo” empresarial entre todos los socios. En general, sin embargo, estas decisiones no están tan automatizadas en el seno de un grupo lo que genera conflictos que acaban, a menudo, con el propio grupo.

Si la toma de decisiones no está automatizada, ha de asignarse a alguien (al Papa, al Rey, a los que midan más de 2 metros o a los cabeza de familia) la toma de decisiones. De nuevo, pueden automatizarse en mayor o menor medida (el voto y la regla de la mayoría son dos mecanismos especialmente eficientes) pero no absolutamente. Los costes, pues, de la acción colectiva son también los de tomar decisiones colectivas. No hay tales en los intercambios bilaterales. Dice Vanberg que hablar de “elección social” (social choice) para referirse a la coordinación a través del mercado es extraño porque en los intercambios de mercado “no hay necesidad de adoptar decisiones colectivas”. Como dijera Buchanan “el mercado no pertenece a la categoría de las decisiones colectivas en absoluto”. Y hay un trade-off evidente entre mayor participación de los miembros y menor eficiencia de la organización (maximización de la producción en común) y, viceversa, mayor riesgo para el individuo de ser explotado si, para reducir los costes de tomar decisiones, se “delega autoridad”

Además, y sobre todo, aparecen los problemas de parasitismo que son únicos de la producción en común. En un intercambio bilateral, ninguno de los que intercambian puede free ride respecto del otro porque éste negará su consentimiento.

En resumen, los “costes de transacción” son mucho más elevados en la producción en común que en los intercambios bilaterales.


La solución fácil que proponen los economistas es “suponer” que los grupos son individuos


Y es una solución no solo fácil sino extraordinariamente eficaz cuando esos grupos se insertan en mercados competitivos, es decir, cuando esos grupos intercambian bilateralmente en un mercado lo producido en común por el grupo. Me estoy refiriendo a las empresas. La competencia en el mercado de productos donde las empresas intercambian su producción “obliga” a los grupos que son las empresas y a los individuos que forman parte de esos grupos a actuar racionalmente. Si no son racionales, quebrarán. De manera que los economistas no han tenido necesidad de alterar sus presupuestos metodológicos porque, históricamente, sólo se han ocupado de los grupos de individuos en cuanto empresas. Pero, cuando la Economía se ha convertido en una “Ciencia imperialista” y ha invadido otros ámbitos de los problemas sociales “armados con esta poderosa herramienta de uso general que es la idea de que las personas actúan racionalmente en todos los ámbitos de su vida” se encuentra con este poderoso imperio: los individuos actúan, en la mayor parte de las facetas de su vida, no intercambiando bilateralmente, en común con otros, produciendo en común con otros.

En el análisis de los grupos “cuyas relaciones no pueden reducirse fácilmente al patrón de relaciones bilaterales entre los que aportan los recursos y un agente central”, o sea, en el análisis de los grupos que presentan “rasgos cooperativos-democráticos”, el paradigma del intercambio es menos útil

En el análisis de cómo actúan los individuos en el seno de estos grupos y para producir en común, la idea de mutualidad (que no la idea de altruismo pero tampoco la del egoísmo racional) explica mejor cómo es posible que asistamos a tan elevados niveles de cooperación entre individuos que no se articulan mediante intercambios bilaterales sino mediante la contribución de todos a un fin común.

El modelo de intercambio bilateral – dice Vanberg – tiene que ser complementado con un modelo de la acción colectiva que “sea compatible con el modelo del intercambio – es decir, que siga aceptando la racionalidad individual como presupuesto metodológico – pero que tenga en cuenta los dos rasgos básicos de la acción colectiva” que se han expuesto más arriba (la existencia de decisiones colectivas, no solo de decisiones consensuadas por las partes del intercambio y la necesidad de distribuir los beneficios de la acción colectiva para que los individuos perciban los rendimientos de la acción colectiva).


¿Cuándo puede hablarse de acción colectiva?


Según Vanberg cuando “ciertos recursos… de un conjunto de actores se combinan y se usan o se enajenan conjuntamente”. Obsérvese la relación con la definición del contrato de sociedad (art. 1665 CC). La sociedad se define por la contribución de los socios al fin común. Y la referencia de Vanberg al uso o a la enajenación de los recursos es la que hemos utilizado en otro lugar para determinar cuándo una sociedad genera una persona jurídica, esto es, un patrimonio separado del patrimonio individual (o en copropiedad) de los socios: cuando el fin común es explotar los recursos puestos en común para intercambiar lo producido gracias a esa combinación de los recursos en el mercado, tenemos una sociedad con personalidad jurídica. Porque, como hemos visto, es en tal entorno en el que hay grandes ganancias de considerar al grupo como un individuo (la persona jurídica).

Los mercados – la suma de incontables intercambios bilaterales – coordinan la acción individual. Las organizaciones coordinan la acción colectiva de un grupo. Los mercados son la mano invisible que permite obtener las ganancias de los intercambios (especialización y división del trabajo) y las organizaciones – la existencia de decisiones colectivas – son la mano visible que permite obtener las ganancias de la producción en común. Hay, en este segundo caso, algún tipo de “centralización” en las decisiones. En el mercado, las decisiones son y permanecen individuales. Reciprocidad y contribución son dos términos de la antropología clásica que definen bien a uno y otro mecanismo social de coordinación. Los intercambios bilaterales se basan en la reciprocidad, la acción colectiva se basa en la contribución. O, en los términos de Barth – citado por Vanberg – transacción (intercambio recíproco) e incorporación (en el sentido de pasar a formar parte de un “cuerpo”). Los recursos son, bien intercambiados, bien combinados, esto es, puestos en común (con referencia a Coleman).

No hay organización sin dirección centralizada. El gran descubrimiento de Adam Smith fue que el crecimiento económico y el bienestar social eran posibles sin necesidad de dirigir centralizadamente la acción de los individuos en el ámbito de la producción de bienes (ahí estaba la mano invisible para dirigir la acción individual hacia el bienestar social). El problema es que, siendo los mercados completos – los dibujados por la teoría del equilibrio general – una quimera, las organizaciones constituyen el mejor mecanismo para obtener las economías de escala (enormes) en la producción sin renunciar a las ventajas de los mercados en la asignación de los recursos y en la especialización y división del trabajo. Hayek, nos cuenta Vanberg, dedicó muchas páginas a la cuestión. Hayek creía que los mercados podían surgir espontáneamente pero reservaba el concepto de organización para los “arreglos” entre individuos que eran resultado de un diseño intencional. En este sentido, por ejemplo, que la sociedad anónima sea un invento – que sólo haya surgido en Europa Occidental en un momento histórico determinado – o que distintas formas organizativas hayan aparecido simultánea o sucesivamente en diversas culturas y civilizaciones con características diferenciales son argumentos a favor de la utilidad de esta summa divisio entre mercados y organizaciones. Los mercados, por el contrario, aparecen en todas las Sociedades humanas conocidas una vez que el grupo es suficientemente grande o, siendo pequeño, entra en contacto con otros grupos y no se liquidan bélicamente.


La acción colectiva y los fallos de mercado


Otro reproche a los economistas que lanza Vanberg es que hayan concebido la acción colectiva – el surgimiento de organizaciones – como consecuencia de la existencia de “fallos de mercado”. Cuando hay externalidades (todos los problemas de acción colectiva son, en términos económicos, externalidades) sea en forma de bienes públicos o en forma de tragedia de los comunes o dilemas del prisionero… los economistas justifican la necesidad de mecanismos de coordinación diferentes del mercado. Pero, bien visto, hay que suponer que la acción colectiva precedió a los mercados como mecanismo de coordinación de los individuos por razones obvias. Los grupos humanos primitivos no tenían el tamaño como para que se desarrollaran relaciones de intercambio entre ellos y se enfrentaban a un entorno en el que obtener economías de escala mediante la contribución de los miembros del grupo al fin común era esencial para asegurar la supervivencia. O, en otros términos, lo urgente era producir “bienes públicos”, no mejorar el bienestar individual de todos. Y lo fascinante es que una vez que un grupo es capaz de actuar colectivamente de forma eficaz, esto es, de organizarse, las “técnicas” de gobierno del grupo – que permiten maximizar la producción del grupo – sirven espectacularmente al desarrollo de los mercados, es decir, a multiplicar los intercambios individuales basados en la reciprocidad y en la ausencia de violencia en las relaciones individuales. La disposición de los miembros de un grupo a cooperar organizadamente se pone al servicio de los intereses individuales en los intercambios de mercado permitiendo que florezcan los mercados. Cita a Hayek 1973:

"En cualquier grupo de hombres de cualquier tamaño que no sea ínfimo, la cooperación siempre estará basada tanto en un orden espontáneo como en la organización deliberada. . . . La familia, la explotación agrícola, la factoría, la empresa, la corporación y las diversas asociaciones, y todas las instituciones públicas, incluido el gobierno, son organizaciones que a su vez se integran en un orden espontáneo más amplio ".

La objeción es que, para Hayek, el orden espontáneo parece el original y el orden organizado deliberadamente el derivado o desarrollado en el seno del primero y es probable que la Evolución humana nos enseñe lo contrario. El orden espontáneo exige el reconocimiento de que cada individuo es titular de determinados derechos – recursos – que intercambiará o pondrá en común y tal reconocimiento es producto de la organización. Ni siquiera el cuerpo de un individuo puede considerarse “propiedad” de ese individuo si el grupo no lo reconoce así (piénsese en la antigüedad de la esclavitud que se basa en la idea de que los individuos que no forman parte del grupo no son “humanos”). Si la propiedad privada (incluida la propiedad colectiva en forma de copropiedad o en forma de personalidad jurídica) no existe en la naturaleza, difícilmente puede concebirse el mercado como un orden espontáneo. Es la organización, pues, la que precede y hace posible que surjan mercados entre los miembros de la organización o entre éstos y los miembros de otras organizaciones o grupos.

O, según veíamos más arriba, estos grupos no pueden “modelizarse” imaginando que consisten en transacciones bilaterales entre los dueños individuales de los recursos y un nexo central con el que intercambian porque – como se explica en la teoría de la empresa – también el nexo central (la persona jurídica, la sociedad anónima, en el caso de las empresas) es, en sí misma una organización. La concepción transaccional explica bien los intercambios entre los distintos grupos de stakeholders de una empresa con la persona jurídica (la sociedad anónima) que es titular de la empresa, esto es, pueden concebirse como contratos de intercambio los contratos de trabajo o de suministro o de compraventa (con trabajadores, proveedores o clientes respectivamente). Pero el “arreglo” entre los socios de la sociedad anónima o limitada titular de la empresa, esto es, titular del residuo de la producción en común una vez pagados los precios que reciben trabajadores, proveedores o clientes, no puede modelizarse fácilmente en términos de intercambios bilaterales. Los socios de una sociedad anónima o limitada no intercambian entre sí. Contribuyen al fin común y participan en las decisiones sobre los activos puestos en común y se distribuyen el residuo. Y, no se olvide, la creación de una organización es mucho más costosa que la realización de un intercambio (por eso twitter no es una mutua, sino una sociedad anónima) y por eso premiamos con la santidad o con “honor y gloria” a los emprendedores cuya hazaña consiste en crear organizaciones que – creemos – han mejorado la vida del grupo. 

Viktor Vanberg, Markets and Organizations:Towards an Individualistic Theory of Collective Action, s.f.

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